Para ser justos, es cierto que las cosas están cambiando a mejor, y cada vez más personas entrenan después de haber tenido un diagnóstico de cáncer. Sin embargo, el grosso de la población oncológica no.
No han sido pocos los trabajos de investigación que han tratado de descifrar cuáles son las barreras para que los supervivientes de cáncer se ejerciten y resulta que, además de las típicas excusas a las que podemos agarrarnos cualquiera (falta de tiempo o de conocimientos, no saber qué hacer, falta de motivación…), las principales justificaciones para no entrenar tienen que ver con los efectos secundarios de la enfermedad. A pesar de ello, algunos pacientes y supervivientes sí tienen una actitud positiva respecto a hacer ejercicio, aunque también está presente el miedo y la susceptibilidad a hacerse daño.
Precisamente me centraré en este tema, en el miedo a hacer ejercicio, bien sea por no sentirse capaces, por miedo a lesionarse, o por ambas.
Empezando por el principio, la percepción de las propias capacidades o «autoeficacia», es una cuestión subjetiva que puede abordarse desde múltiples perspectivas. Por ejemplo, en una muestra de mujeres que estaban recibiendo quimioterapia por cáncer de mama, se observó que su autoeficacia percibida fue incrementándose a lo largo del tratamiento, probablemente debido a que en un primer momento se enfrentaban a algo totalmente desconocido, y durante el periodo terapéutico iban desarrollando habilidades y aprendiendo cómo controlar la sintomatología, por lo que podían sentirse más capaces de resolver la situación. En relación al ejercicio, un estudio realizado en Granada en que se comparó a hombres que habían finalizado la radioterapia para cáncer de próstata (tras un año) con un grupo de hombres sin histórico de cáncer, resultó en que los supervivientes de cáncer tenían menor nivel de actividad física y menores niveles de autoeficacia, sugiriéndose que incrementar dicha autoeficacia resultaba primordial si se pretendía aumentar el nivel de actividad física de estas personas.
Si consideráramos sólo ese par de estudios (por simplificar esta entrada), quizá podríamos proponer que:
- Los pacientes/supervivientes de cáncer tienen bajo nivel de autoeficacia.
- Esas percepción de autoeficacia les supone una barrera para hacer ejercicio físico.
- Si se inician en un programa de ejercicio, mejorarán su autoeficacia porque podrán obtener recursos para entrenar con garantías, es decir, con seguridad.
¿Será así? ¿y qué pasa con el miedo a lesionarse durante el entrenamiento? Pues esa variable también se ha medido, y aunque no en específico para población oncológica, sí en otros grupos.
Cabe especificar, que una cosa es el riesgo de lesión, que podría ser mayor en el boxeo comparado con el yoga; y otra cosa la percepción de ese riesgo. En cualquier caso, la literatura nos dice que las mujeres futbolistas tienen mayor percepción del riesgo que los jugadores varones; que en adolescentes, los bajos niveles de percepción de riesgo, se asociaban a actitudes más arriesgadas y mayores posibilidades de lesionarse; y que en deportistas adultos, además de una mayor percepción del riesgo en mujeres, el haber tenido una lesión previa también incrementaba la percepción del riesgo.
Igualmente resumiendo, tendríamos que algunos factores que modulan la percepción del riesgo, serían:
- El sexo: aparentemente mayor percepción de riesgo en mujeres
- El histórico de lesión: que en el caso de población oncológica podría asemejarse a las consecuencias físicas de la enfermedad y los tratamientos.
Todo lo dicho, aporta contexto a una investigación en curso, cuyo objetivo es conocer cómo es esa percepción del riesgo ante la actividad física en población oncológica.
Si quieres participar, lo tienes muy fácil, y es que te dejamos AQUÍ MISMO el enlace al cuestionario para recoger los datos. Te animamos a que lo completes y lo compartas con tus familiares y amigos (aunque no hayan tenido cáncer), porque cuanto más sepamos de cada grupo de población, mejor podremos hacer las cosas. Gracias.